Pintado y expuesto en el Salón de Paris en 1882, fue la última gran obra del Manet. En la obra, Manet la centra en el reconocido cabaret parisino el Folies Bergére.
Manet presenta a una chica delante de un fondo vívido y típicamente impresionista, en este caso el bar cabaret de Folies Bergére. El Folies Bergère era uno de los numerosos cafés-concierto de la noche parisina, había sido el cabaret preferido por la clase proletaria. Manet realizó bocetos preparatorios de esta escena (Barra del Folies) introduciendo diferentes novedades en el cuadro acabado. La modelo era una de las dos camareras del local llamada Suzon, que posó para el pintor en su estudio, de donde apenas podía moverse debido a su enfermedad. El cliente que vemos reflejado en el espejo sería el pintor Gaston Latouche.
DE IZQUIERDA A DERECHA: MÉRY LAURENT Y GASTON DE LA TOUCHE
Entre los parroquianos que se reflejan en el espejo se ha identificado a Méry Laurent, de blanco, y al pintor Henry Dupray. En la imagen se recrea un complejo sistema de ilusión y realidad, que mezcla lo artificial con lo natural: el cuadro es en su mayor parte tan sólo el reflejo de un gran espejo tras la camarera, que impide que la mirada del espectador profundice en la escena, y que lo devuelve con fuerza hacia el exterior. El espacio es angosto, oprimido por la presencia de la barra; ante la camarera, de mirada vacía, perdida, agotada y sin ningún interés, se encuentra la figura del cliente, que sólo apreciamos en el reflejo del cuadro. El cliente, igual que el espectador, parece estar entablando una negociación con la camarera, una de las atracciones de la sala. En primer plano se puede contemplar una magnífica naturaleza muerta, relacionada completamente con la vida moderna y que es criticada como una naturaleza muerta sin errores. En cuanto a la técnica pictórica, el repertorio del Impresionismo está detallado al máximo.
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